Las casualidades que no son casuales.

A veces, la vida parece jugar a las escondidas. Todo lo que no esperabas, aparece. Todo lo que planeaste, se desarma. Y en medio del caos, ocurre eso: una mirada, un cruce de caminos, un comentario al azar que, sin darte cuenta, te cambia la vida.
Siempre me ha fascinado esa danza impredecible de las casualidades. ¿Qué tan frágil es el hilo que nos une a lo inesperado? Pienso en aquella vez que llegué tarde a un lugar y, por un retraso absurdo, conocí a alguien que terminó siendo clave en mi camino. O cuando abrí un libro cualquiera en una página cualquiera y, por casualidad, encontré la frase que necesitaba para tomar una decisión que llevaba meses postergando.
¿Es casualidad, o es que el universo, con su extraña lógica, sabe exactamente dónde ponernos y cuándo?
La vida parece una obra de teatro sin guion. Pero cuanto más avanzo, más sospecho que las "casualidades" no son tan al azar. Me doy cuenta de que cada encuentro, cada pérdida, incluso cada obstáculo, trae consigo un propósito oculto. Algo que, en el momento, no entendemos, pero que con el tiempo se revela como un engranaje perfecto en nuestra historia.
Pienso que las casualidades son, en realidad, pequeñas señales de causalidad. Porque nada de lo que construimos viene de la nada. Siempre hay un hilo que conecta, una razón que empuja, un propósito que justifica. A veces, es una lección que necesitamos aprender; otras, una oportunidad que debemos tomar.
No creo en los accidentes del destino. Creo en la magia de estar exactamente donde necesitamos estar, incluso si no lo sabemos aún.
Así que, cuando mires hacia atrás y veas ese camino de momentos que parecían fortuitos, detente un momento. Tal vez no fue suerte. Tal vez fue la vida, mostrándote que cada "casualidad" era, en realidad, una causalidad disfrazada, llevándote exactamente a donde tenías que estar.
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