El dolor siempre encuentra una manera de hacerse escuchar.

Recuerdo aquel momento como si fuera ayer, aunque hayan pasado años. Todo comenzó de la manera en la que empiezan los cambios que no queremos: sin pedir permiso. Era un período en el que, sin saberlo, estaba a punto de perder algo importante. Algo dentro de mí, que ni siquiera sabía que tenía, estaba a punto de romperse. No fue una pérdida de algo tangible, sino una especie de quiebre interno, como si al mirar dentro me encontrara de frente con una versión rota de mí misma.
Al principio, intenté hacerme la fuerte. Pensé que, como en otras ocasiones, bastaría con dar un paso al frente, continuar, “superarlo”. Pero cada intento se convertía en un fracaso, y cada día esa herida silenciosa crecía un poco más. Empezaron las noches en las que el insomnio se convirtió en mi único compañero. Me encontraba en un silencio absoluto, con los ojos abiertos en la oscuridad, atrapada en un diálogo interno que no lograba entender. Las palabras que antes me servían para construir mi vida, mi trabajo, mis relaciones, ahora se habían convertido en armas que parecían en mi contra.
Había un peso indescriptible en mi pecho que no me permitía respirar a fondo. Sentía que no tenía el derecho de compartirlo, como si admitir mi dolor significara fracasar, perder el control que tanto valoraba. Entonces, me escondía detrás de una sonrisa y continuaba, intentando engañarme a mí misma y al mundo. Pero, ¿sabes?, hay cosas que no puedes seguir enterrando. El dolor siempre encuentra una manera de hacerse escuchar, incluso en el silencio.
Fue en ese tiempo cuando descubrí que el sufrimiento no necesariamente era algo que debía vencer, sino algo que podía comprender. Decidí detenerme, permitirme sentirlo y, finalmente, darle su espacio. Empecé a escribir sobre ello, cada palabra cargando un pedazo de la carga que me oprimía. Así, poco a poco, fui vaciando mi dolor en papeles y pantallas, dejándolo fluir, sin esperar que alguien lo entendiera. Me di cuenta de que no necesitaba explicar nada; el simple hecho de sacarlo de mi pecho fue liberador.
Con el tiempo, aprendí a mirar esa etapa como una enseñanza de la que no podía haber huido. Me ayudó a descubrir mi propia capacidad de sanar, de sostenerme en momentos en los que pensé que iba a derrumbarme. Ese capítulo me enseñó algo profundo sobre lo que soy y de lo que soy capaz. Aprendí que puedo caer, y que puedo levantarme, siempre.
Los quiere,
Laura
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