Hablemos de la fe

Pobre hombre aquel que aún con riquezas materiales, no posee amor al prójimo. Debemos ejercitar nuestra fe y educar nuestras creencias. En otras palabras, fue necesaria la fe para creer algo que estaba y está fuera de nuestro entendimiento –el futuro–. Podemos acordar qué indistintamente de nuestros credos, llegará el punto en que nuestros dogmas mantendrán el anhelo de un futuro, o incluso, un paraíso mejor.
Indistintamente de la latitud geográfica, todos hemos escuchado teorías sobre un encuentro divino con nuestros seres queridos en el jardín del edén cristiano, o el Yanna islámico, el Reino de Yama descrito en el hinduismo, la reencarnación budista, o el comúnmente llamado cielo. Todos hacen referencia a algún paraíso post mortem o a otra dimensión y confían en un ciclo de vida infinito. ¿Acaso no son teorías maravillosas? Vivir fiados de que somos infinitos en creación indistintamente de nuestras creencias. Esto nos ayuda a sopesar la incertidumbre de la muerte y encontrar el balance entre nuestras almas, aligerar el dolor de una pérdida, ayudar a encontrar sentido a nuestra existencia y sembrar la esperanza a la raza humana.
Recientemente, en un articulo publicado por el New York Times, Peter Wehner escribió: "¿Por qué dar un salto de fe? Insistir en tener un poco más de evidencia empírica antes de dar el salto parece bastante razonable. No obstante, la fe por sí misma, aunque no es lo contrario de la razón, sí es distinta de ella. Si te parece que es mucho pedir —si crees que los saltos de fe son para los niños más que para los adultos— considera lo siguiente: los materialistas, los racionalistas y los ateos ponen su confianza en última instancia en ciertas proposiciones que requieren tener fe. Decir que la verdad solo es inteligible a través de la razón es en sí misma una declaración de fe. Negar la existencia de Dios es un salto de fe igual al de afirmarla. Como me dijo el pastor Tim Keller: “La mayoría de las cosas en las que creemos más profundamente —por ejemplo, los derechos humanos o la igualdad humana— no son comprobables empíricamente”.
No obstante, la fe por sí misma, aunque no es lo contrario de la razón, sí es distinta de ella. Si te parece que es mucho pedir —si crees que los saltos de fe son para los niños más que para los adultos— considera lo siguiente: los materialistas, los racionalistas y los ateos ponen su confianza en última instancia en ciertas proposiciones que requieren tener fe. Decir que la verdad solo es inteligible a través de la razón es en sí misma una declaración de fe. Negar la existencia de Dios es un salto de fe igual al de afirmarla. Como me dijo el pastor Tim Keller: “La mayoría de las cosas en las que creemos más profundamente —por ejemplo, los derechos humanos o la igualdad humana— no son comprobables empíricamente”.
Aun así, siendo la fe alimentada de un conocimiento no solo intelectual sino emocional y espiritual que sirve como pilar de convicción para confiar plenamente en nuestras creencias, también lo es que el acto de creer necesita responder primero: ¿Qué creer? En otras palabras, antes del verbo, debe existir el objeto, divino o no, intangible o no, en el cual nosotros vayamos a creer. Es por esto que la búsqueda de respuestas que se desprende a raíz del caos vivido no es tarea fácil.
Cada individuo deberá entrenar su valentía para enfrentar con esperanza las vicisitudes que nos presente la vida, nutrirse de conocimientos para formular sus creencias, y por último educar su fe, aquella que le permitirá culminar el viaje en aceptación y esperanza.
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